Recientemente, entre la confusión y el morbo, ha saltado a los medios de comunicación el debate en torno a la “asistencia sexual” para personas con diversidad funcional. Tanto en el contexto español como en el internacional nos encontramos con diferentes modelos, algunos de los cuales son llanamente “prostitución especial”, otros una suerte de terapia (como el que muestra la conocida película Las Sesiones), incluso los hay que definen su servicio como un “acompañamiento erótico”.

En cualquier caso, todos ellos nos ponen de manifiesto una realidad que ha sido invisibilizada, incluso estigmatizada: la sexualidad de las personas con diversidad funcional. Y que es fundamental afrontar con una perspectiva de género ya que, como bien sabemos, no es lo mismo el tratamiento de la sexualidad masculina que el de la femenina, tampoco en este caso. Las mujeres con DF han visto silenciado su deseo de forma aún más violenta que sus homólogos masculinos: ambos difícilmente entran en la categoría de lo socialmente concebido como “deseable”, a ellas se les tiende a negar también la posibilidad de ser “deseantes” [5].

En relación a la asistencia sexual, la falta de referentes hace que rápidamente las noticias aluden a las categorías que resultan inteligibles, como la prostitución. De esta forma, las personas con una postura firme en torno a esta temática (sea esta abolicionista o regulacionista), se apresuran a extender dicho posicionamiento a la asistencia sexual. Sin embargo, si bien es innegable que hay personas (hombres) con diversidad funcional que consumen servicios de prostitución, y para los cuales la etiqueta de “asistencia sexual” puede ser una estrategia de evitación del estigma, que toda la discusión sobre asistencia sexual se zanja en torno a esta cuestión, resulta más que discutible.

Pensemos en proyectos como Tus manos, mis manos que proponen que la asistencia sexual se limite a lo que una persona puede hacer consigo misma cuando es autónoma físicamente, esto es: tocar sus propios cuerpos, acariciarse, masturbarse o utilizar un juguete sexual. En este sentido, se plantea la asistencia sexual haciendo una analogía con la asistencia personal (“las manos de estas personas”): un apoyo para asegurar el acceso al propio cuerpo y, con ello, garantizar la igualdad de oportunidades, en este caso en el ámbito de la sexualidad. Resulta entonces complejo trazar una frontera nítida entre ambos servicios cuando estamos refiriendo tareas que precisan un contacto íntimo y cotidiano con el cuerpo, en el que los genitales son expuestos y manipulados; podría fijarse en la excitación sexual (o, más bien, en la explicitación de la misma), o quizá en la obtención de placer sexual, o directamente en la consecución del orgasmo. Pero habría que plantearse, entonces, a qué fantasmas y fantasías responde esta frontera, y qué deseos, necesidades y placeres estamos dejando al otro lado del muro.

[5] A propósito de la construcción diferencial del deseo sexual femenino y masculino en la diversidad funcional, puede consultarse: “El cuerpo en disputa: cuestionamientos a la identidad de género desde la diversidad funcional” (García-Santesmases, 2015).