AUTOR: Antonio Centeno

Telmo es un grande. Su grito existencialista “¡Nosotros también follamos! en plena gala de los Goya supone un punto de inflexión en la lucha por los derechos y las libertades de las personas con diversidad funcional. Nada parecido hubiese sido posible con la filosuicida Mar adentro o con la asexuada Campeones o con la inocua Intocables, así que “La consagración de la primavera” tiene la virtud de haber dado un poderoso altavoz a Telmo. Ahora ya nadie puede decir que la sexualidad de las personas etiquetadas como “discapacitadas” está fuera de la agenda política de este país. Bueno, nadie salvo el Director General de Discapacidad, que sí lo ha dicho porque, según explica, es necesaria una gran reflexión ¿Se referirá a la que empezó hace ya casi una década? En fin, por su grito de liberación, por haber puesto el cuerpo y por haber dado la cara ¡viva Telmo, bravo Telmo, gracias Telmo!

Otra cosa es David, el personaje que interpreta Telmo, que resulta un producto más del buenismo capacitista que nos reblandece los sesos cuando toca pensar en la diversidad funcional. David es un joven cerca de la treintena con parálisis cerebral que, a diferencia de su hermano menor, vive en casa de su madre, no tiene amigos, apenas sale de casa (al punto que describe su vida como la de alguien inmovilizado en cama a perpetuidad), le gusta la música triste y tiene un sentido del humor pueril. También tiene un blog donde se anuncian asistentes sexuales. Un blog, al parecer, bastante inútil, porque es la madre quien, además de prestarle todos los cuidados que precisa, le organiza los encuentros con las asistentes. Mamá las selecciona, las entrevista, les explica que ella misma ha masturbado a David, las espera en el salón mientras trabajan con su hijo, les prepara fiambreras, es su amiga y les paga. Cada jueves, como los miércoles la natación terapéutica. Todo muy liberador, vaya.

Parece que la única manera de aceptar la necesidad de la asistencia sexual es presentar a las personas con diversidad funcional como unas desgraciaditas sin vida social, sin ningún control sobre su cotidianidad, como un fardo insoportable salvo para la buena madre, abnegada hasta el extremo de masturbar al hijo. ¿No te gusta la asistencia sexual? Toma monstruito recluido e incestuoso. Ah, ahora sí te gusta, ya decía yo, si además es medio terapéutico, venga. No hacía falta, de verdad que no hacía falta denigrarnos de esa manera. Los derechos se reclaman desde la alegría de la verdad, no agitando clichés cutres y escabrosos. Les ha faltado verdad y les ha sobrado el patetismo minusvalidista de toda la vida.

Y la verdad es que reclamamos la alegría de que nuestros cuerpos sean nuestros, a partir de ahí todo es posible en relación a los demás. Para hacernos cargo de nuestra cotidianidad necesitamos asistencia personal, no madres esclavizadas. Esa es nuestra forma de autonomía, hacer las cosas con las manos de otra persona y con nuestras propias decisiones. Mi querida amiga, Sole Arnau, lo resumía con aquel demoledor yo tengo que decidir quién me cambia la compresa, cómo, cuándo y dónde, si no no es vida independiente. La ONU ha establecido con claridad el derecho a la asistencia personal y ha detallado cómo debe ser implementada. En España falta una política general que posibilite que los Davides de este país dejen de depender de las mujeres de las familias sin que tengan que ser encerrados en instituciones. Sobre esto último, la ONU ha determinado que toda forma de institucionalización es violencia, debe prohibirse y ser substituida por apoyos comunitarios como la asistencia personal para hacer vida independiente. Que la ONU pueda parecer revolucionaria da cuenta de la desidia y la pobreza intelectual y política con que se aborda la diversidad funcional en España. La cultura debe, también, elevar los horizontes, ayudar a imaginar otras realidades más humanas, más vivibles, no a validar y reforzar permanentemente modelos sociales del pasado.

Por si alguien no ha caído en ello, el proceso de recuperar la responsabilidad y el control sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas implica también recuperar nuestras sexualidades. Son el mismo proceso: no hay vida propia sin sexualidad ni sexualidad sin tener tu propia vida. O, hablando en plata, se vive como se folla y se folla como se vive. David no es dueño de su vida, depende de su madre, y tampoco tiene una sexualidad más allá de la descarga adolescente de los jueves. El deseo de una sexualidad adulta saludable, más rica y compleja, debería moverle a buscar tener las riendas de su vida, pero el patetismo minusvalidista le deja ahí clavado en casa de mamá. Y, visto al revés, si contase con asistencia personal para hacer vida independiente tendría mejores posibilidades de vivir una sexualidad plena. El círculo vicioso del discapacitismo sólo se rompe con apoyos: asistencia personal para tener una vida en la que quepa todo y asistencia sexual para desear una vida de esas dimensiones.

Hay quien dice que no, que se puede vivir sin sexo, que seguimos respirando sin ello y, por tanto, no es un derecho. Es una opinión fuera de las principales corrientes de la sexología y del derecho. O sea, una soberana estupidez. La sexualidad es central en la subjetivación del individuo y en el libre desarrollo de la personalidad, fundamental para el bienestar físico y mental, indisociable de cualquier idea de libertad personal e intimidad con un mínimo de sentido. Al igual que ocurre con la cultura, la educación, el arte y tantas otras cosas que nos configuran como humanos y que son indispensables para construir sociedades libres , igualitarias, diversas y fraternas, la sexualidad no es un derecho porque la necesitemos para respirar, sino porque la necesitamos para ser quienes queremos ser.

En Derecho se distingue entre derecho negativo (no se puede impedir de manera arbitraria) y derecho positivo (se deben proporcionar los medios necesarios para hacerlo efectivo) La vivencia de la sexualidad es un derecho negativo, nadie se la puede prohibir a nadie arbitrariamente. Pero no es, en general, un derecho positivo, los poderes públicos no están obligados a garantizarla. Digo “en general” porque hay excepciones. El Estado no proporciona amantes, ni folloamiguis, ni matrimonios, ni ligues ni matches de Tinder, pero, a día de hoy, sí existen apoyos públicos y privados para la reproducción asistida, para interrumpir el embarazo, para cirugías como el himen imperfoado o la fimosis, vaginoplastias, faloplastias, reconstrucciones de cirugía plástica, educación sexual, sexología terapéutica, tratamientos hormonales, métodos anticonceptivos, prevención de la ablación de clítoris, tratamientos farmacológicos de las enfermedades de transmisión sexual, etc. Son apoyos que hacen posible la vivencia de la sexualidad sin que ninguno de los profesionales que intervienen tenga que involucrar su propia sexualidad. Es en este marco en el que tiene sentido la asistencia sexual, entendida como un apoyo para acceder sexualmente al propio cuerpo, no al cuerpo de la persona trabajadora.

David, sumido en su inopia adolescente, se queja de que las asistentes sexuales no quieran abrazarlo, ni chupársela, ni ponerle cachondo, pero lo cierto es que así debe ser, ahí la película es fiel a la propuesta política de asistencia sexual que formulamos desde el Movimiento de Vida Independiente. Lo que quiere David, son novias o amantes o prostitutas, y eso está y debe seguir estando en el terreno del derecho negativo. No compartimos las declaraciones de Telmo reivindicando la prostitución como derecho. Lo que debe emerger como derecho positivo es el apoyo que algunas personas con diversidad funcional necesitamos para conocer nuestro cuerpo, para sentirlo sin estar en un intercambio sexual con nadie, para vivir el placer del autoerotismo, para, en definitiva, hacer lo que la mayoría hace con sus propias manos. Ni más (no besos, no desnudez de la persona trabajadora, no coitos, no sexo oral, etc.) ni menos (nuestro cuerpo es nuestro) La gente, en general, no se masturba porque sea indeseable, sino como parte del autoconocimiento y del autoplacer que forman parte de su sexualidad. El derecho a la asistencia sexual no tiene nada que ver con la presunta indeseabilidad de las personas con diversidad funcional, es un apoyo vinculado a nuestra forma de autonomía, exactamente igual que la asistencia personal.

Dice Echenique que tiene un coeficiente intelectual de 150 y que esto de la asistencia sexual es demasiado complicado como para tener una idea clara. Y que además, que para qué, si con unos cariñitos ya nos apañamos que bastante nos cuesta que nos quieran. De lo primero no me cabe duda, de lo segundo ustedes dirán, y de lo tercero sin comentarios. También tuvieron mucho eco las declaraciones de Bob Pop en las que afirmaba que las personas con diversidad funcional éramos deseables, que podíamos tener sexo sin explotar a nadie y que el sexo no es un derecho. Con lo primero totalmente de acuerdo, con lo segundo puntualizar que los trabajos sexuales no tienen por qué ser explotación (Bob???) y con lo tercero me remito al párrafo anterior: el sexo no es un derecho pero la asistencia sexual y otros apoyos que lo hacen posible sí. En fin, que personas con mentes privilegiadas y experiencia vital propia en lo que supone vivir con diversidad funcional naveguen arriando velas por el proceloso mar de la asistencia sexual da cuenta de lo importante que es abrir debates serenos, especialmente desde los medios de comunicación públicos y en el marco de una cultura crítica más allá del espectáculo y del entretenimiento. Lo cierto es que vale la pena el esfuerzo, no sólo por los derechos de las personas con diversidad funcional, sino porque construir una sexualidad más amplia, diversa y realista acabará haciendo más feliz a todo el mundo. Si follamos todas follamos mejor.


AUTOR: Antonio Centeno