Simbolismos y alianzas para una revuelta de los cuerpos

El poder simbólico de la sexualidad

Hace casi 30 años que tengo diversidad funcional. Mi cambio corporal se debió a lo que técnicamente se denomina un “accidente deportivo”. Uno de esos giros inesperados de la vida que se consumó en apenas un segundo. De repente, sólo podía mover la cabeza. Dolor, desconcierto, miedo. Hasta aquí una imagen típica, nada que no estuviese ya sólidamente instalado en el imaginario colectivo por películas como “Mar adentro” o “One million dollar baby”, por ejemplo.

Hoy quiero compartir aquí otras imágenes, igualmente reales, pero a años luz de formar parte de ese mismo imaginario colectivo. Y es que también, desde los primeros días en la UCI y a lo largo de los 13 meses de hospitalización, siempre hubo pensamientos sexuales. En el quirófano, en las sesiones de fisioterapia, en la higiene matinal, en las evacuaciones vespertinas, en la silla de ruedas, en la cama articulada, en ayunas, comiendo la bazofia del menú de hospital…siempre. La sexualidad siguió, como acostumbraba, impregnando todo lo cotidiano, interpelándome sobre mi cuerpo y sus vínculos con otros cuerpos, hilando las horas de noches inacabables, atravesándome sin piedad.

Sirva esta introducción para dejar claro que la sexualidad no debería ser «la guinda de un proceso de rehabilitación», algo que siempre aguarda esperando a que se resuelvan los temas “realmente importantes” o prioritarios: recuperar la funcionalidad del cuerpo, volver a estudiar/trabajar, encontrar una vivienda accesible, etc. La sexualidad es el motor más potente de crecimiento personal, de desarrollo de la propia personalidad y de las relaciones sociales. Como tal, debería ser central y no secundaria en la valoración y evaluación de los apoyos sociales para las personas con diversidad funcional.

La asexuación de las personas con diversidad funcional constituye uno de los pilares del sistema capacitista que las oprime desde tiempos inmemoriales

En mi opinión, esa permanente mala ubicación de la sexualidad al final de la cola no es casual, ni un despiste ni un error de planificación. Obedece a una cierta mirada sobre la diferencia, una mirada que la patologiza para naturalizar su minusvaloración. La asexuación de las personas con diversidad funcional constituye uno de los pilares del sistema capacitista que las oprime desde tiempos inmemoriales. Eliminando o reduciendo a lo anecdótico la sexualidad, el deseo y el placer, resulta más fácil acotar los horizontes vitales de las personas con diversidad funcional a la mera supervivencia, infantilizarles (con la connotación de “individuos dependientes” que eso conlleva), alejarles de cualquier idea sobre el derecho a la plena ciudadanía y, en definitiva, autoconvencerles de que están mal, de que no deberían ser como son, de que deben retirarse de los carriles centrales de todos los procesos sociales, culturales y económicos.

Desde este convencimiento del poder simbólico de la sexualidad para orientar la mirada, los valores y, por tanto, las políticas vinculadas a la diversidad funcional, a lo largo del artículo explicaré mi experiencia en tres proyectos que tienen potencial para contribuir a transformar el imaginario colectivo en la buena dirección: El documental “Yes, we fuck!”, el corto “Nexos” y el grupo de autogestión de asistencia sexual “Assex”.

A pesar del marco científico que supone esta revista, no esperen encontrar conocimiento académico en las líneas que siguen. Ni mi formación (matemático) ni mi profesión (profesor de matemáticas) me permiten desarrollar un planteamiento acorde a los parámetros de forma y contenido establecidos por la academia. Les invito a contaminarse de esa otra forma de conocimiento, el que proviene de la experiencia vital propia.

Ambos saberes, el académico y el vivencial, deben hibridarse cuando abordan cuestiones sociales que no son meramente “técnicas”

En mi opinión, ambos saberes, el académico y el vivencial, deben hibridarse cuando abordan cuestiones sociales que no son meramente “técnicas” sino que derivan de dinámicas de opresión sobre la diferencia. Esto se entiende bien cuando hablamos, por ejemplo, del género. No tendría mucho sentido un discurso elaborado exclusivamente por hombres, la brecha con la realidad sería inevitable. Debería resultar igualmente claro en el ámbito de la diversidad funcional. Por supuesto, el alcance de lo que aquí se expondrá es limitado, responde a una experiencia, no aspira a la exhaustividad ni, mucho menos, a establecer verdades inatacables desde las que deducir otros asuntos. La intención es construir un hilo de experiencia de entre los innumerables que han de contribuir a inducir la madeja de una realidad compleja y cambiante.