Simbolismos y alianzas para una revuelta de los cuerpos

Assex. La autogestión de la asistencia sexual

Mencionaba antes cómo la película “Las sesiones” situó el tema de la asistencia sexual en el debate público, con un alcance hasta entonces nunca conseguido. A mí me hubiese ido bien que ocurriese 30 años antes. Así habría tenido alguna posibilidad de aliviar la ansiedad de las noches eternas en el hospital. Sin duda, hubiese hecho más fácil una adolescencia en la que mi madre era la única persona que proveía de cuidados a mi cuerpo. Aún hoy en día, superados los 40, viviendo de manera independiente con asistencia personal y disfrutando de una vida sexual rica y satisfactoria, me irá bien todo lo que avancemos en contar con apoyos para poder disfrutar del autoerotismo con libertad de vez en cuando.

La asistencia sexual para personas con diversidad funcional es algo que aún está por definir, tanto discursivamente como en las prácticas

Sin embargo, la asistencia sexual para personas con diversidad funcional es algo que aún está por definir, tanto discursivamente como en las prácticas. Será doblemente importante acertar con el enfoque que se haga de esta figura; por un lado, se trata de un apoyo fundamental para ejercer el derecho al propio cuerpo y, por otro lado, conlleva una carga simbólica muy potente sobre cómo pensamos la sexualidad de las personas con diversidad funcional. En lo que sigue, propondré algunos elementos a tener en cuenta en lo que debería ser un proceso colectivo que lleve a un consenso sólido sobre qué entendemos por asistencia sexual y cómo articularlo en la práctica.

Deberíamos asumir, por inevitable y por deseable, un desarrollo caótico de discurso y práctica. Ambos elementos estarán siempre en construcción y permanentemente inacabados, única forma de que conserven la capacidad de adaptarse a la complejidad sin límite de las relaciones humanas y a los marcos culturales y sociopolíticos que las sustentan en cada lugar y momento. Lo que sí resulta fundamental es que teoría y práctica estén conectadas en forma de un círculo virtuoso que las retroalimente recíprocamente. Basta de expertez que determina verdades desde la no experiencia, basta de experiencias reactivas que ante las urgencias cotidianas desprecian el filtro de la reflexión colectiva. Hagamos pensando y pensemos haciendo.
La propuesta teórica que planteo es que la asistencia sexual para personas con diversidad funcional sea el espacio de intersección de la asistencia personal (materializa el derecho al acceso al propio cuerpo) y del trabajo sexual (se obtiene placer sexual a cambio de dinero) Si lo entendemos de esta manera, las funciones del asistente sexual serían ayudar a la persona con diversidad funcional antes, durante y/o después de las prácticas sexuales con otras personas en todo lo que no pueda hacer sin apoyo (higiene, posturas, anticoncepción..), así como masturbar a la persona con diversidad funcional en caso de que no pueda hacerlo por sí misma. Nótese que en esta propuesta el asistente sexual no realiza prácticas sexuales con la persona con diversidad funcional, excepto masturbarle.

¿Por qué hasta aquí? Porque hasta aquí llega la materialización del derecho al acceso al propio cuerpo, éstas son las acciones que la persona con diversidad funcional podría hacer por sí misma en ausencia de diferencias funcionales. Nadie hace un coito o sexo oral consigo mismx. Ni las personas con diversidad funcional ni nadie tiene derecho al acceso a otros cuerpos. No existe el derecho a la felación, ni al coito ni a ninguna práctica sexual sobre otros cuerpos. A los otros cuerpos se accede por acuerdo, no por derecho.

Entonces, ¿cómo garantizar que las personas con diversidad funcional disfruten de una sexualidad que incluya el acceso a otros cuerpos? No se garantiza, como ocurre con el resto de personas. Si entendemos que a los otros cuerpos se accede por acuerdo y no por derecho, debemos asumir que sólo podemos aspirar a crear condiciones favorables y los apoyos necesarios para que estos acuerdos libres, ya sean por deseo, por amor o por dinero, se desarrollen de manera acorde con el marco cultural y social donde deben tener lugar. No hay atajos, para tener una vida sexual rica y plena es necesario tener una vida rica y plena. Y viceversa.

Las condiciones favorables referidas son bien conocidas: un diseño para todos de los entornos urbanos, especialmente del transporte y la vivienda, que permita la libre circulación y participación de las personas con diversidad funcional, una escuela inclusiva que socialice las diferencias como valor desde el primer momento, asistencia personal y tecnológica para desarrollar las tareas cotidianas con libertad, ingresos económicos suficientes derivados de un mercado laboral inclusivo y de una renta básica de ciudadanía, etc Todos estos elementos, considerados en conjunto, son un muro infranqueable en el fugaz tiempo de una vida humana. Por tanto, debe ser un horizonte no individual sino colectivo, que lejos de paralizarnos (pueden reír) sirva para movilizar y avanzar, exigiendo ritmos de cambio de escala humana y no geológicos o históricos.

Deberíamos dejar de lado discursos como “la realidad es que hay personas con diversidad funcional que no follarán nunca, porque la gente tiene prejuicios, porque no pueden ligar en los bares, y no podemos esperar a cambiarlo todo”. La realidad se transforma. Y, efectivamente, no podemos esperar, pero tampoco tomar atajos que validen y refuercen los estereotipos sobre las personas con diversidad funcional. Intentemos no tirar piedras sobre nuestro propio tejado.

También deberíamos tener cuidado con no aceptar y perpetuar el estigma sobre las personas que realizan trabajo sexual. Muchas de las propuestas sobre la figura del asistente sexual implican el acceso de las personas con diversidad a otros cuerpos para obtener placer sexual a cambio de dinero, pero sin aceptar que eso es trabajo sexual. Los motivos para no aceptar tal evidencia son que estos acuerdos se consideran algo terapéutico y/o voluntarismo solidario. Todo ello refuerza los estigmas sobre las personas con diversidad funcional (vidas convertidas en tratamientos médicos, cuerpos no deseables) y sobre las personas que realizan trabajo sexual (no se las debe reconocer socialmente, han de avergonzarse y esconderse) Parece obvio que estas prácticas constituyen trabajo sexual, hay que dejar de lado el tacticismo de la victimización estratégica y luchar conjuntamente para que sean prácticas inclusivas, se reconozcan derechos laborales y expertez en el conocimiento a quienes las realizan. Sin guetos “para gente especial”, sin estigmas. A diferencia de la asistencia sexual, el acceso al trabajo sexual general no es un derecho, sino un acuerdo entre personas libres.

Se trata de dar apoyos para la toma de decisiones, no de substituir la voluntad de la persona

Por supuesto, no se debe perder de vista que la necesidad de apoyos de la persona con diversidad funcional puede estar vinculada a la movilidad (diversidad física) o a la toma de decisiones (diversidad intelectual o mental). En cuestiones físicas, la mano del asistente suple a la mano de la persona asistida, en las intelectuales/mentales puede que también sea necesario o puede bastar con ayudar a utilizar las propias. En cualquier caso, se trata de dar apoyos (a cada cual como sea menester) para la toma de decisiones, no de substituir la voluntad de la persona.

A veces, esta complejidad se utiliza para argumentar que es necesaria una formación «especial» para poder ser asistente sexual, que este conocimiento está en manos de personas expertas que no hacen trabajo sexual, y que esta expertez desde la no experiencia confiere el poder de decidir quién puede trabajar de asistente sexual y quién no. El lema “nada sobre nosotrxs sin nosotrxs” es bien conocido entre las personas con diversidad funcional, y debería hacerse extensivo a quienes hacen asistencia sexual. La formación debe ser un derecho de las personas trabajadoras y de quien recibe el servicio, no una obligación que restringe la libertad para decidir quién toca tu cuerpo. Ha de estar a disposición de quien la quiera, no imponerla como un filtro que, además de ineficaz, limita el derecho a acceder al propio cuerpo. Esto mismo, referido a la formación en asistencia personal, ya lo hemos aprendido hace tiempo en el Movimiento de Vida Independiente.

Toda propuesta teórica debe ir acompañada de su articulación efectiva concreta. La propuesta teórica de que la asistencia sexual sea el espacio de intersección de la asistencia personal y del trabajo sexual debe llevarse a la práctica creando pequeños grupos autogestionados y horizontales de personas con diversidad funcional que necesiten asistencia sexual, personas que realizan trabajo sexual y personas que hacen asistencia personal. Puede haber más, pero estas tres patas deben estar presentes. La idea es que los diferentes grupos lleguen a establecer una comunicación estable entre sí para contrastar y enriquecer discursos y prácticas, no con ánimo homogenizador, sino diversificador. La asistencia sexual es un derecho, la sexualidad libre y diversa, un tesoro.

Con todos estos convencimientos y la sugerente tibieza de los aires de marzo, la pasada primavera intentamos poner en marcha un pequeño grupo para autogestionar asistencia sexual; Assex. Sin presupuesto, sin local, sin jerarquías, sin vergüenza. Unas 10 personas, provenientes del activismo queer, del trabajo sexual, de la asistencia personal y de la diversidad funcional. Hicimos varias reuniones presenciales, además de la profusa comunicación telemática, y llegaron a acordarse algunos servicios. Ha sido, o está siendo, una experiencia modesta cuantitativamente y con muchas dificultades para mantenerse estable, pero cualitativamente interesante, sobre todo por el potencial que supone combinar prácticas y reflexión colectiva de cara a que ambas dimensiones lleguen a retroalimentarse y enriquecerse recíprocamente.

Muy sintéticamente, algunas reflexiones que han ido surgiendo y que habrá que seguir trabajando:

  • Apenas hay mujeres con diversidad funcional que hayan mostrado interés en participar en Assex y/o recibir servicios de asistencia sexual. Puede que se trate de una dificultad propia de la intersección de las opresiones de género y diversidad funcional. También podría deberse a que la definición de asistencia sexual se ha trabajado casi exclusivamente desde la experiencia de activistas hombres y quizás no responde bien a las necesidades/inquietudes/preferencias de las mujeres. Ambas posibles causas son graves para seguir desarrollando el modelo, habrá que afinar el análisis e intentar estrategias de desbloqueo.
  • Hay mucha más demanda de trabajo sexual “clásico” (coito, sexo oral, etc) que de asistencia sexual. Esto no es en sí un problema, siempre y cuando tanto profesionales como clientes tengan clara la diferencia y se sea consciente en cada momento de lo que se solicita y de lo que se ofrece. Si hay confusión es fácil que mucha gente diga “asistencia sexual” cuando quiere decir “trabajo sexual”, bien por desconocimiento o bien por un posicionamiento estratégico. En cualquier caso, eso reforzaría el estigma de quienes hacen trabajo sexual y dificultaría el desarrollo de la nueva figura.
  • Masturbar a alguien o ayudarle a mantener relaciones sexuales con otra persona tiene una carga erótica importante. Las sensaciones y las emociones pueden ser intensas, eso dificulta la gestión del vínculo y la delimitación de las expectativas. Como todxs estamos fuera de guión, y deserotizar la asistencia sexual no parece ni posible ni deseable, habrá que seguir aprendiendo, poniendo en común, compartiendo estrategias y pautas para facilitar los pactos y una buena armonía entre asistentes y asistidxs.
  • Es importante contar con espacios apropiados para las reuniones del grupo y para los servicios de asistencia sexual, que permitan preservar la intimidad y la seguridad. Esta carencia ha dificultado bastante el desarrollo del proyecto. Muchas personas con diversidad funcional se ven forzadas a vivir en casa de sus padres o en instituciones, por la falta de apoyos para hacer vida independiente, y en esos espacios la intimidad brilla por su ausencia. El contar con un grupo de autogestión de asistencia sexual consolidado parece la mejor vía para poder llegar a asumir los costes de la logística necesaria.
  • Vinculado con el punto anterior, hay un problema económico de fondo; la exclusión del sistema educativo y del mundo laboral, junto a un sistema de pensiones raquítico, hacen que las rentas de las personas con diversidad funcional sean, en media, inferiores a las del resto de la población. Esto dificulta acordar precios que satisfagan a ambas partes, así como sufragar los costes de logística mencionados. Una vez más, vuelve a ser clave distinguir entre asistencia sexual y trabajo sexual general, porque entendiendo la primera como herramienta para materializar el derecho al propio cuerpo es posible (difícil, como con todo reconocimiento de derechos, pero posible) que a medio/largo plazo se pueda conseguir que los poderes públicos asuman su responsabilidad en financiar estos apoyos.