“Yes, we fuck!” y la asistencia sexual

¿Madres que masturban y putas que lloran? Vida independiente ¡YA!

Una de las imágenes icónicas más tremendista que se exhiben para justificar la prostitución especial es la de madres que se ven abocadas a masturbar a sus hijos con diversidad funcional y putas que se echan a llorar al contemplar los cuerpos deformes. Se nos presenta así una necesidad imperiosa, incontenible hasta el punto de romper el tabú del incesto y que no puede ser resuelta por la prostitución porque no es inclusiva.

No dudo de que detrás de esa imagen tremendista hay historias reales muy duras, pero no es menos cierto que existen otras muchas historias igual de reales y de sentido diametralmente opuesto. Ya hemos argumentado anteriormente por qué consideramos que la asistencia sexual y la prostitución inclusiva son mejores opciones que la prostitución especial. No disponemos de datos estadísticos para describir con más precisión cómo es la compleja situación que queremos transformar porque es una realidad oculta y ocultada, relegada a los oscuros sótanos de la “tragedia personal” Resulta más necesario que nunca, pues, recordar que lo personal es político y arrojar luz sobre la cuestión también desde la experiencia encarnada.

Cuando adquirí mis diferencias funcionales (tetraplejia) a los 13 años mamá se convirtió en mi cuidadora. Durante muchos años se me negó la oportunidad de aprender a cuidarme. Los poderes públicos escurrían el bulto con la humillante y mísera “prestación por hijo a cargo”, la renta familiar era más que humilde, imposible contratar la asistencia personal que necesitaba para autocuidarme. Así, las expectativas, preferencias y ritmos de mi vida tuvieron que supeditarse a la supervivencia en el cuidado materno. Mi madre podría explicar de sí misma lo mismo, claro. El vínculo materno filial no podía estar más distorsionado y, según pasaba el tiempo y me adentraba en la adolescencia primero y en la juventud después, la cosa iba a peor. En particular, carecía de la más mínima intimidad y mi cuerpo sólo existía como problema, de deseos y placeres ni se hablaba. Lógico, no había ningún tipo de apoyo para explorar ese terreno y yo no podía hacerlo por mí mismo, sólo podía ser fuente de frustración.

Este estado de cosas empezó a cambiar cuando conseguí mis primeros ingresos, vía obtener becas de estudio y dar infinidad de clases particulares. Contrataba mis (escasas) primeras horas de asistencia personal y acudía esporádicamente a servicios de prostitución. Por cierto, ahí cuando hubo lágrimas fueron de alegría al descubrir que mi cuerpo escondía más posibilidades para el placer de las que me habían augurado los señores de la bata blanca. Todo muy precario, todo a costa de empobrecerme, pero fueron mis primeros espacios de libertad y de intimidad.

Con el tiempo y pagando, mi madre y yo, un alto coste en lo personal y en lo económico, acabé los estudios, tuve un buen trabajo, accedí a una vivienda de protección oficial y obtuve asistencia personal suficiente para vivir solo y sin empobrecerme, es decir, financiada por los poderes públicos.

En todo ese periplo la sexualidad no fue algo aplazado hasta haber conseguido “lo importante”, fue un vivencia desde el principio indispensable para que las ideas de libertad, intimidad y autodeterminación tuvieran sentido. Si no se nos permite vivir atravesadxs por el deseo y el placer, no hay ciudadanía posible.

A lo largo de todo ese proceso aprendí , sigo aprendiendo, a dejarme cuidar por quienes me quieren cuando yo quiero y a asumir toda la responsabilidad y control sobre mis apoyos para cuidar de mí mismo y de lxs demás. También a distinguir el encuentro sexual (amantes, putas, novias) del sexo conmigo mismo (asistencia sexual) Así como la asistencia personal me devolvió a mi madre como madre, la asistencia sexual me devolvió mi cuerpo para estar conmigo mismo desde el juego, la exploración y el placer.

Para rescatar nuestras vidas y nuestros cuerpos ni hay atajos ni podemos permitirnos dilaciones. Es un camino complejo, que requiere encontrar desde el comienzo las preguntas adecuadas para no perder el rumbo. Sabremos que hemos formulado las buenas preguntas cuando la respuesta sea claramente “vida independiente, ¡YA!”